sábado, 28 de noviembre de 2009

RETRATO

(Antonio Machado)

ESTE POEMA TIENE ALGO DE MI QUE SIEMPRE QUISE HABER ESCRITO.


RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

viernes, 27 de noviembre de 2009

LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA, LA NECESIDAD DE TOMARSE EN SERIO LA DEMOCRACIA

Una mirada ética a la difícil tarea de construir convivencia en tiempos de mercado

PONENCIA PRESENTADA EN EL XIV COLOQUIO DE FILOSOFIA, SOCIEDAD Y EDUCACIÓN, ORGANIZADO POR EL DEPARTAMENTO DE TEOLOGIA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL NORTE

20 DE NOVIEMBRE

RESUMEN

El presente artículo se plantea la necesidad de repensar la participación ciudadana desde la perspectiva de la ética de la proximidad, donde podemos encontrarnos con la afirmación radical de que toda participación es esencialmente ser junto a otros que son mi prójimo y la democracia como instancia de convivencia donde puedo reconocer al prójimo.

PALABRAS CLAVES: Participación, democracia, ética, ética de la proximidad.



En primer lugar, quisiera agradecer la invitación que se me ha hecho de participar en este coloquio que busca reflexionar, desde una mirada crítica y soñadora como lo es la mirada filosófica las relaciones, siempre complejas y decidoras como lo son las de la filosofía y la sociedad.

Hablar de un tema tan serio como es el hecho de hacer y construir ciudad y democracia puede resultar en algunos ambientes poco acostumbrados a estas problemáticas un asunto muy denso, algo complejo y nada simpático de leer y mucho menos pensar. Hablar en plural y por unos instantes dejar de lado el axioma arraigado en la mentalidad liberal y pragmática de nuestras sociedades, que ha transformado en dogma aquello de “Mi libertad termina donde comienza la tuya”, resulta insultante y poco sensato. Esa es la pequeña empresa que, desde la humildad de una reflexión propedéutica y parcial, me permito emprender. Un pequeño insulto, uno de tantos que se han dado a la necesidad de construir convivencia.

EVIDENCIEMOS LOS SINTOMAS

Arraigadas en nuestras conversaciones y creencias se encuentra el mito que hay dos cosas; política y religión, de las cuales es preferible evitar hablar porque nunca llegaremos a acuerdo y de seguro terminaremos muy mal parados e inclusive enemistados. Es por ello que son temas que deben dejarse en la esfera privada ya que cada uno tiene su opinión sobre el asunto que no estará dispuesto a debatir con otros. Esta creencia posibilita el ensimismamiento de los ciudadanos y la falta de preocupación por la cosa pública que dificulta la participación misma.
Sumémosle a ello el carácter competitivo de nuestras relaciones, inclusive las más íntimas. Todas ellas están traspasadas por un afán de éxito que termina por destruir al otro, que no es otro como yo sino un rival, a quien hay que destruir y apabullar lo que más se pueda. Nótese esto en las esferas más sensibles de nuestra sociedad como lo es la educación. Hemos cambiado la terminología de nuestros conceptos pedagógicos por aquellos venidos del ambiente económico, es asi que ya no hablamos de habilidades sino de competencias y cada cierto tiempo echamos a andar la máquina de las mediciones para saber si hemos avanzado o no y en relación con quienes.
Ambos factores, creo yo, son posibilitados por una mentalidad que promueve la apatía en todos los ámbitos que excedan la vida personal. Esta apatía está amparada por el afán consumista de nuestras sociedades. Todo se transforma en consumo hasta las mismas actividades ociosas tienen un afán de lucro. Como lo afirma Hannah Arendt;

“el problema relativamente nuevo de la sociedad de masas es quizás más serio, pero no por las masas mismas, sino porque, esencialmente, ésta es una sociedad de consumidores donde el tiempo de ocio ya no se usa para el perfeccionamiento personal, sino para más y más consumo y más y más entretenimiento… La cuestión es que una sociedad de consumo posiblemente no puede saber cómo hacerse cargo de un mundo…porque la actitud central hacia todos los objetos, la actitud del consumo, lleva la ruina a todo lo que toca”.

Resulta improcedente aquello que tenga como centro lo Otro y al otro. Esto se evidencia, por poner sólo un ejemplo, en el mundo de la política donde todo se transforma en ganancia, es decir, todo lo que se hace se hace con pretensión de satisfacer los deseos propios que se han propuesto como finalidad de algún determinado sujeto. Una sociedad midástrica que desea y busca que todo aquello que toque se convierta en oro, pero que con ello pierde el sentido de la cercanía y la proximidad.

2. FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGICOS DE LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA

Los síntomas de la ausencia de una participación ciudadana, creemos, se deben en último término a que hemos perdido el carácter ontológico de la proximidad, hemos perdido la necesidad de contar con el otro y la necesidad de estar y ser frente a otro y ante el otro. En este sentido, Humberto Giannini apuntaba a esto cuando postulaba la urgencia de recuperar para la educación y la vida ciudadana la ética, pero no cualquier ética, sino una ética de la proximidad. ¿Pero cómo hemos de entender esta ética de la proximidad?

Nuestro autor resalta el papel normativo de la ética y que ese carácter le da ciertos elementos de universalidad necesarios para dar mayor garantía a sus reglas y normas, posibilitando que se puedan cumplir y, por sobre todo, otorguen objetividad y rigurosidad. Este carácter universal de las normas tiene como fundamento un elemento del que no podemos soslayar; los hombres, todos y cada uno, teniendo conciencia de ello o no, “pertenecen” o “pertenecemos” a la humanidad, tienen un sustrato de humanidad, por el cual “somos semejantes por provenir cada uno de nosotros de esa humanidad histórica que respalda nuestro ser.” Ya lo intuía el relato bíblico del Génesis cuando afirma que Yavhé, al ver al hombre solo le entrega como compañera a una igual a él, la que éste reconoce como parte suya “esta si es carne de mi carne y hueso de mis huesos”. La frase que el hagiógrafo pone en boca de Dios es decidora para establecer el carácter relacional de la existencia humana; “No es bueno que el hombre esté solo”, es decir, para la mentalidad judía y posteriormente cristiana, el hombre originalmente no se entiende de manera completa si no lo situamos referido al otro.

Este sustrato de humanidad del que participamos hace que tengamos elementos comunes, un espacio ontológico común, donde exponemos nuestra existencia, la damos a conocer, la manifestamos. Y en ese espacio común es donde no solamente nos exponemos en sentido lato sino que también en ella traemos a cuesta lo que hemos sido con otros y lo que potencialmente seremos en el futuro, es decir, en el existir mismo manifestamos lo que somos gracias a lo que hemos sido y que seremos a su vez.

Giannini nos recuerda a Heidegger cuando afirma:

”Después de devenir sobreviviendo subterráneamente de posibilidad en posibilidad, llegamos aquí, al mundo de los otros, arrojados por los otros. Y este es el punto clave: que al mundo hemos sido arrojado por los otros. Y cada vez que el mundo se vuelve inhóspito, los más jóvenes empiezan oscuramente a cobrar esa deuda.”


Queremos decir con esto que todos nosotros, los que pertenecemos a la humanidad, estamos condicionados a ser en el mundo, con el mundo y ante el mundo. Esencialmente ese mundo que son los otros y que se nos da por medio de los otros. Es lo que Karol Wojtyla define como ser junto a otros, y en la cual según él, radica la trascendencia del ser personal y el fundamento último de la participación. “En ella, el hombre, actúa junto con otros hombres, conservando en su actuar con otros el valor personalista de su propia acción y al mismo tiempo tiene parte en la realización y en los resultados de la actuación en común.”

“La participación es el hecho ineludible que la acción humana se realiza “junto con otros”, toda persona se realiza en comunión con otras personas. Es decir, el hombre es y existe con otros hombres, vive con otros y son los otros los que condicionan sus actos y confirman su existencia. Cito otra vez a Wojtyla “El sello de la característica comunitaria - o social – está firmemente impreso en la misma existencia. Ello nos lleva a entender la existencia humana como una existencia cooperativa en la que se dan diversos niveles de interacción cooperativas.”

Hemos de entender, entonces, que una ética de la proximidad ha de dar un salto cualitativo abismante para una sociedad de mercado como la nuestra con relaciones de mercado como las nuestras. Implica que este ser con otros, junto a otros y ante otros humanos, que hemos de considerar siempre como personas, siguiendo la reflexión sistemática kantiana y cristiana, no es sólo sujeto sino que es un prójimo. No ya un competidor que quiere arrebatarme mis anhelos de libertad a destajo sino que un alter, un sujeto-persona que condiciona, influye e incluso inunda mi propio habitar en el ser. Prójimo que me desnuda en la interacción, en la experiencia cotidiana de verme con él ante la necesidad de ser para él y desde él un interlocutor válido y viceversa.

La alteridad, entonces, juega un rol fundamental en la medida en que ella afirma el carácter relacional de toda acción humana. Este carácter relacional apunta a la identidad misma de la persona. Toda persona humana tiene una vocación solidaria en la medida en que es apertura al otro y todo ella es un acontecer compartido; tiene una historia que lo refiere a otros y que lo define en relación con otros. Junto a otros comparte un destino común; la humanidad.

“Esta proximidad que no es neutral relación espacial (donde nos encontramos con el otro), sino ese mismo estar expuesto y en el saber que se está expuesto a la iniciativa, de la acción ajena, en el saber a qué atenerse, como dice Ortega.”

Es por tanto el diálogo, la acción comunicativa, el espacio propiamente humano por medio del cual podemos encontrarnos con el otro y encontramos en el otro. Pues comunicar es siempre comunicarse con el otro y la topología misma donde se da la cercanía real, pues, puedo entrar en el otro y otorgar significación a la misma interacción. El diálogo es el camino donde podemos estar en ese algo común, es la aproximación hacia los otros, es participar con los otros, ya que participar es “participar de los mismos significados (…) vivir en un mundo de inter-acciones con-sabidas, incluso en el conflicto, en la pérdida y renovación de las referencias y significados por los que nos relacionamos unos con otros.”

Es en este diálogo moral, pues toda comunicación es esencialmente un diálogo moral, donde podemos sentirnos participes del mundo que son los otros. Toda ella está traspasada por la reciprocidad, pues toda ética implica la experiencia de la presencia del otro, tal como lo afirmaba Ricoeur, y todo discurso, como este por ejemplo, descansa en la posibilidad de poner algo ante los ojos de otros, en este caso ustedes. Es decir, quien habla, habla para un destinatario común que está frente a él (dejaremos de lado aquellas instancias tecnológicas en las que el otro no está frente a mi, en este caso la comunicación no es plena, pero si es comunicación posibilitada por artefactos que están frente a mi)

LA NECESIDAD DEL OTRO COMO SUJETO-PERSONA PARTICIPATIVO

Recuperar el carácter ontológico de la proximidad humana es, en una primera lectura, uno de los soportes de la participación ciudadana. Como bien afirmaba Jorge Millas es sólo en la democracia donde el sujeto puede ejercer plenamente su individualidad y desplegar lo propio de su condición a través de la convivencia con otros. “ningún régimen de convivencia política ofrece mejores condiciones reales para la interacción de seres racionales y libres, que la democracia, aún en sus imperfectas realizaciones históricas.”

La democracia, como espacio de convivencia real es, por tanto, la instancia en la cual podemos reconocernos fundamentalmente y no solo de forma procedimental, un ser junto a otros, conviviendo, mediante el reconocimiento del otro y de sus derechos no sólo como ciudadano, sino como persona. Por lo mismo, a nuestro entender, la democracia conlleva la necesidad de reconocernos, de dialogo, de entendernos.

Cito a Jorge Millas:

“El entenderse implica el acto primordial de la humanidad del hombre, que es reconocer al prójimo, es decir, al hombre mismo. Comienza nuestro entendernos con la experiencia de ver al otro allí, frente a nosotros, no como cosa simplemente, no como incidente de nuestro paisaje vital, sino como hombre a una con nosotros en la experiencia común de la existencia. Es un acto a la par metafísico y ético el de este reconocimiento: metafísico, porque mediante él constituimos esa realidad tan singular que es la del ser compartido, propio del hombre; ético, porque hacemos el acto primero de la justicia, si la justicia consiste en dar a cada cual lo suyo, según lo proclamaron los romanos: damos, en efecto, al prójimo lo más suyo, reconociéndolo como existente humano.”

Si el fundamento de la convivencia pasa por el entendimiento esto quiere decir, a nuestro entender, que ella debe ser ante todo, una relación moral y racional, porque:

“Gracias a la primera, tratamos al prójimo como un fin en sí, como centro de dignidad y de interés, distinguiéndolo preferencialmente de las meras cosas, que no son jamás fines en sí, sino instrumentos de nuestros fines. Y gracias a la segunda, establecemos con el prójimo un vínculo sui generis, propio de los entes humanos: el de la relación dialogante, el de la comunicación en sentido estricto. El diálogo supone el empleo de nuestra capacidad racional de concebir, juzgar, prever, en una palabra, de construir el conocimiento, en una empresa común con el prójimo.”

En una sociedad apática, que pierde poco a poco sus espacios públicos, que se encierra alienantemente tras el televisor de su cómodo sofá y que sólo mantiene relaciones utilitarias con los otros, se hace necesario recuperar los espacios comunes, espacios de gratuidad donde nos podamos encontrar con el otro, en el que podamos ser junto a otros en una situación de diálogo que puede ser imperfecta pero con instancias de superación, posibilitando que ambos en una intención común podamos construir algo nuevo. Una ética desde el prójimo que elimine todo atisbo mercantil y que nos haga aparecer ante nuestros ojos al otro en su mismicidad que me muestra el ser. Un espacio, en fin de libertad, de superación.

La participación democrática, implica, un no estar nunca satisfecho con el fin logrado, pues, como lo decía Millas, la democracia implica inquietud, El otro es esencialmente un cuestionamiento y un dinamismo que exige una interacción creativa y dinámica, evita el anquilosamiento. Las necesidades sociales y de encuentro son siempre nuevas y cambiantes y requieren una constante aproximación al ideal de convivencia en el que todos, incluso los negados, puedan ser y serme y esa es la finalidad última de la construcción común. Lo anterior, estamos claro, exige riesgos, pero, ¿Qué experiencia humana no conlleva riesgos?

Apostar por una participación de todos, de los otros junto a mí, implica jugársela para que todos seamos interlocutores válidos en este escenario de encuentros. Decididamente requiere de una actitud dialógica inherente, pero también, exige un pacto de solidaridad donde las mezquinas miradas yoistas den paso a la búsqueda cooperativa que tiene en frente suyo al otro que es persona con la que merece la pena entenderse para intentar satisfacer (ontológica y éticamente hablando) las necesidades del espacio común.

Requiere por tanto abandonar la vida de frivolidad, la superficialidad de los argumentos y apostar convencidamente por amar no a todos los hombres en general sino a todos los hombres en particular; en mi prójimo.

Muchas Gracias.

martes, 3 de noviembre de 2009

A propósito de la selección Nacional y la Política


Cuando el día sábado 10 de octubre la selección chilena de fútbol conseguía ganarle a Colombia, nuestros compatriotas salieron a celebrar enfervorizadamente por nuestras calles y avenidas tan inolvidable acontecimiento. Habíamos logrado llegar al mundial luego de muchos años de esfuerzo e imposibilitados de hacerlo. Los medios de comunicación justifican la algarabía con esos argumentos que llegaban a comparar este acontecimiento con aquellos de los más sublimes de la experiencia humana. Algunos honorables diputados luego de tan profunda reflexión deciden presentar un proyecto de ley para otorgar por gracia la nacionalidad chilena a tan destacado entrenador, queriendo con ello retribuir a dicho extranjero los momentos de éxtasis desenfrenados que tuvieron los chilenos en sucesivos encuentros de hora y media cada mes.

Los candidatos a cargos públicos, por su parte, agregaban a sus discursos políticos arengas arraigadas de cierto chilenismo futbolizado. Algún connotado periodista, de aquellos que siempre hablan sin decir mucho, nos ha recordado que el pan es más rico al día siguiente de un triunfo de la selección.

Sin lugar a dudas que estos hechos son un muestrario de las garras abrazadoras del mercado en todas sus formas y en todos los niveles. Una muestra de la astucia del mercado que envuelve y vende todo; hasta el ocio es vendible. Ya lo afirmaba la filòsofa Hanna Arendt que todo es consumible, decía:

“el problema relativamente nuevo de la sociedad de masas es quizás más serio, pero no por las masas mismas, sino porque, esencialmente, ésta es una sociedad de consumidores donde el tiempo de ocio ya no se usa para el perfeccionamiento personal, sino para más y más consumo y más y más entretenimiento… La cuestión es que una sociedad de consumo posiblemente no puede saber cómo hacerse cargo de un mundo…porque la actitud central hacia todos los objetos, la actitud del consumo, lleva la ruina a todo lo que toca.”

Esto evidencia lo que ya decía Nietzsche en Así habló Zaratustra “Lleno de bufones solemnes está el mercado - ¡y el pueblo se gloría de sus grandes hombres! Estos son para él los señores del momento.” Los poderes abarcadores y contagiosos del consumismo de la entretención que llega incluso a los niveles más altos de nuestra oligarquía política y que nos hacen olvidar por unos momentos grandes temas que son de bien común a todos los ciudadanos.

El fútbol así como en su momento el tenis de las olimpiadas, y así todo aquello que es vendible, ranqueable, evadible, es mejor entregárselo al pueblo para que no insista con sus necesidades y requerimientos. ¿No es acaso el pan más rico después que gana la selección? ¿ y qué pasa con aquellos que no lo tienen? ¿hay que entregar más recursos al pueblo para el deporte? ¿ y que pasa con aquellos que no tienen trabajo para educar a sus hijos y alimentar sus pequeños estómagos para hacer deporte?

Si queremos hacer grande a nuestro país tendremos que atrevernos a combatir la liviandad de los espectáculos, la superficialidad de los argumentos y la impulsividad del consumo y generar los espacios de humanización necesarios en los cuales nos atrevamos a celebrar realmente aquello que sea digno de ser celebrado.