jueves, 22 de marzo de 2012


LA ÉTICA COMO HORIZONTE DE SENTIDO DE LA EXISTENCIA HUMANA






INTRODUCCIÓN

En nuestra sociedad, siempre muy preocupada por lo inmediato, apenas nos queda tiempo y energías para plantearnos estas preguntas, que se refieren al sentido, a la razón de ser de las cosas. Nos interesa más el cómo que el para qué. Continuamente nos preguntamos cómo podemos sacar más rentabilidad a nuestro trabajo, cómo podemos salir adelante ante una reclamación que se nos hace, cómo podemos imponer nuestra autoridad más efectivamente. Pero apenas nos paramos a pensar por qué nos interesan tales cosas. Somos demasiado pragmáticos para entendernos en cuestiones que no sirven para resolver ningún problema concreto e inmediato. Tales preguntas, por ende, las consideramos inútiles.

Sin embargo, por mucho que nos empeñemos en negarlos, esos para qué siempre funcionan en nuestra vida. Nuestra conducta tiene una coherencia; nuestros actos, por muy aislados e inconexos que parezcan, reflejan una orientación común.[1] Esta orientación, esos para qué que constituyen el terreno de la ética. La ética, por tanto, orienta la conducta humana desde los valores que nos interesa hacer realidad en cada momento. En la ética de cada uno está formulado qué es lo que cada persona aspira a ser.[2]

1.     LA ÉTICA COMO EJERCICIO DE LA LIBERTAD

A.     LA LIBERTAD HUMANA

Con frecuencia nos quejamos de vivir en una sociedad que, bajo las apariencias de una gran tolerancia y un profundo respeto a la libertad, continuamente nos agobia con sus imposiciones. Sin embargo, no podemos negar que vivimos nuestra existencia como algo exclusivamente nuestro[3]. Somos los dueños de nuestra vida. En los momentos más cruciales de ella, nosotros hemos decidido qué rumbo le íbamos a dar. Y si no hemos gozado todo el margen de libertad que hubiéramos deseado, luego hemos sabido adaptarnos a esos condicionamientos porque no tolerábamos vivir violentados por ellos. En el caso límite de ausencia total de libertad – que también estos casos se dan desgraciadamente – somos nosotros los primeros en rebelarnos ante algo que considerábamos injusto para cualquier persona.

Dejemos sentado, por tanto, que la libertad es el primer ingrediente de una existencia humana digna de ese nombre[4]. Pero no nos contentemos con hablar de libertad sin concretar un poco más el contenido que damos a esa palabra. Ser libre no es sólo poder escoger: es escoger de hecho. El que siempre está en condiciones de optar por todo es porque nunca ha optado por nada: es libre, pero nunca ha usado su libertad. Optar significa cerrarse caminos: porque escoger un camino implica renunciar a otros muchos. Aquí se expresa, al mismo tiempo, la grandeza y la limitación del ser humano: grandeza, porque uno es dueño de sí mismo a medida que va haciendo opciones que configuran su persona; limitación, porque el ser humano, si quiere hacer algo concreto, tiene que decir no a otras posibilidades. En este juego de opción y renuncia la persona se va haciendo. Porque la persona que somos cada uno de nosotros no es algo terminado desde el principio e inamovible, es una realidad que se va haciendo poco a poco, que está en continuo movimiento. La persona no es, se hace. Basta que miremos con un cierto detenimiento hacia nuestro pasado para que nos convenzamos de que no siempre hemos sido los mismos: que ha habido un crecimiento, un desarrollo lento pero continuo.

Evidentemente la libertad de que gozamos los humanos no es omnímoda. Esta sujeta a muchos condicionamientos. Algunos provienen de esa misma libertad, en la medida en que ha sido ejercida, como acabábamos de ver. Otros provienen del exterior, del entorno que nos rodea, o de la libertad de los otros, como tendremos ocasión de ver.

En todo caso, la libertad es la condición indispensable para que haya ética. Pero la libertad en ejercicio, es decir, la libertad que se traduce en decisiones.

La decisión esta presente en todos los ámbitos de la existencia, sin excluir desde luego la profesional. La vida humana nos pone en situaciones en las que es necesario decidir. El empresario, sin ir más lejos, o todo el que tiene algún tipo de responsabilidad, necesita tomar decisiones. El empresario es, por excelencia, el hombre de las decisiones. Un hombre indeciso, a quien le abruma el riesgo que tiene que correr cada vez que decide algo y que resiste siempre a tomar una decisión, es lo más opuesto a un empresario. Optar es determinar el camino por el que se va a seguir avanzando, por consiguiente, no optar es permanecer parados. Pero optar es también correr el riesgo de equivocarse.

“Siempre que hay en juego  una decisión estamos en el terreno de la ética. Y esto es casi afirmar que siempre estamos en el terreno de la ética. Más en concreto, todos los campos de la vida profesional tienen una ineludible dimensión ética. Lo que habrá que preguntarse en cada caso es ¿con qué criterios y en función de qué valores decide una persona? Esta es la pregunta que nos sitúa de lleno en el terreno de la ética. El que en la vida normal ni nos preocupemos de darle respuesta, ni siquiera de formularla, no quiere decir ni que la pregunta no exista ni que estemos actuando sin haberle dado de hecho una determinada respuesta, aunque nunca hayamos llegado a explicitarla. Es tarea de la ética también el ayudarnos para (o exigirnos) dar una respuesta a esas preguntas.”[5]

Pero volvamos al tema de la decisión ¿por qué es difícil decidir? sencillamente, porque en la mayoría de los casos toda decisión se enfrenta con un conflicto de valores. Es rarísima una decisión en la que todo está a favor de una de las alternativas que se ofrecen. Lo corriente es que cada una de ellas tenga sus pros y sus contras, y además que en la evaluación de estos factores tengamos que habérnosla con un grado de probabilidad limitado. Por ejemplo, ante la posibilidad de mejorar las condiciones de trabajo en la empresa, son muchos los factores que entran en juego; el riesgo que se corre dejando las cosas como están, el bienestar de los trabajadores, los costes de operación y su repercusión sobre el sistema de precios, las consecuencias del descontento que se pueda producir, etc. Son todos factores difíciles de cuantificar y evaluar. Cualquiera que sea la decisión final, dando la prioridad a unos valores y dejando en segundo término otros, habrá de tomarse sin la seguridad de haber acertado y, por tanto, dejando abierta la posibilidad de una ulterior rectificación.

Resumiendo, la ética implica el ejercicio de la libertad humana, pero no de una libertad errática y caprichosa, sino que orientada por unos valores que constituyen un cierto ideal personal con el que se identifica cada sujeto. Y ese ejercicio de la libertad implica, por su parte, tomar decisiones y asumir los riesgos que éstas siempre conllevan, en al medida en que, por lo general, en todas ellas nos encontramos abocados a un conflicto de valores.

B.         ACCIÓN HUMANA Y CONDUCTA

            Como afirmábamos arriba la importancia de la libertad es gravitante al momento de referirnos a la ética. El sujeto de lo moral y de lo inmoral es la voluntad libre.[6] Sólo los actos de la voluntad, y los actos  de otras facultades humanas (pensamientos, recuerdos, acción de alimentase, etc.) en cuanto imperados o al menos consentidos por la voluntad, pueden ser moralmente buenos o moralmente malos. Por eso la Ética se ocupa únicamente de las acciones libres, es decir, de aquellas que el hombre es dueño de hacer u omitir, de hacerlas de un modo o de otro.[7] Quedan fuera del objeto de estudio de la Ética los procesos y movimientos que no son libres, bien porque en el momento en que se realizan escapan al conocimiento y a la voluntad (por ejemplo, el movimiento reflejo del brazo cuando sufre inadvertidamente una quemadura), bien porque se trata de procesos que no es posible dominar directamente y de la voluntad (desarrollo físico, circulación de la sangre, etc.). Como lo propio del hombre en cuanto tal es ser dueño de sus acciones, la Ética llama actos humanos a los que proceden de la voluntad deliberada, ya que el hombre ejerce el dominio sobre sus actos a través de la razón práctica y de la voluntad, facultades que actúan en estrecha unión. Las acciones no libres se denominan actos del hombre.

            Lo moral, entendido genéricamente como opuesto a lo amoral (y no a lo inmoral), designa el modo específicamente humano de gobernar las acciones. Este modo específico de gobierno es necesario por         que, a diferencia de lo que sucede con otros seres vivos, las acciones humanas no se acomodan instintiva y automáticamente a la realidad en que el hombre vive y a los objetivos que le convienen; tiene que ajustarlos él mismo, prefijándose sus fines y proyectando el modo de conducta, porque con ellos el hombre “se conduce a sí mismo” hacia los objetivos que desea alcanzar. Ya el uso común del lenguaje evidencia la estrecha relación existente entre e gobierno personal de la conducta y de la moral: de la persona que renuncia a proyectar y organizar racionalmente su conducta, abandonándose al vaivén de los estados emotivos o al curso de los acontecimientos, decimos que está “desmoralizada” o, al menos, que “está baja de moral”. A la capacidad de gobernar la propia conducta está ligada la responsabilidad moral. El hombre puede “responder” (dar razón) de aquellas acciones y sólo de aquellas que ha elegido, proyectado y organizado el mismo, es decir, sólo puede responder de las acciones de las que el es verdaderamente autor, causa y principio.

            La moral (en sentido genérico) y lo libre tienen exactamente la misma extensión. Todas las acciones libres, y sólo ellas, son morales; todas las acciones morales, y sólo ellas, son libres. Todo lo que el hombre libremente es (justo o injusto, generoso o egoísta) y todo lo que deliberada y libremente se proyecta y se realiza sea un comportamiento personal (privado), interpersonal político no introduce ninguna diferencia sustancial al respecto: el uso o abuso de bebidas alcohólicas que una persona hace en su propia casa, el cumplimiento o incumpliendo de obligaciones profesionales, y los actos legislativos mediante los cuales una comunidad política se da a sí misma una determinada estructura jurídica, son realidades igualmente morales. Y la razón es bien sencilla: todo lo que en el hombre no es determinado por e instinto o por algún tipo de necesidad causal, ha de ser proyectado por la razón práctica y querido por la voluntad, y esto es exactamente lo mismo que ser gobernado moralmente. Manifiesta una notable incomprensión del punto ético, por ejemplo, quien, refiriéndose a su vida privada, quisiera excusarse diciendo a su  vida privada, quisiera excusarse diciendo: “en mi casa soy libre de obrar como me parece”. La moral concierne a la persona humana precisamente porque ella es libre de obrar como le parece. Quién se excusa de esa manera está diciendo, en realidad, que es psicológicamente posible- y, en algunos casos, que es además jurídicamente posible- evadir las exigencias de lo razonable, lo que evidentemente es verdad. Pero para la Ética lo decisivo es que, en el mismo instante en que la persona humana decide apartarse de lo razonable, esa decisión merece desaprobación, lo que muestra que su capacidad psicológica de “obrar como le parece”, lejos de ponerla fuera del ámbito de la moral, es precisamente lo que incluye en él.

            El concepto de conducta pone de manifiesto una nota que la idea de libertad no explicita suficientemente, sobre todo si esta última fuese entendida como simple libertad de coacción (como “poder hacer” lo que se desea hacer, sin que nadie ni nada lo impida). Esa nota consiste en que la libertad es una cualidad específica de la vida[8]. Y así conducta significa también que las acciones libres- aún siendo muchas, realizadas a lo largo del tiempo y en circunstancias muy diversas- constituyen una forma de ser compleja, pero biográficamente unitaria ay dotada de sentido, que podemos llamar “personalidad moral” o, sencillamente, “vida moral”, de la que el hombre es autor responsable, porque él mismo la proyecta y la realiza deliberadamente.


C.         LA ORDENACIÓN MORAL DE LA CONDUCTA

            Todas las acciones libres son morales en la acepción genérica empleada hasta ahora. Pero no todas las acciones libres son moralmente buenas. Es una experiencia universalmente reconocida que algún as acciones libres merecen alabanza moral y que otras, en cambio, merecen desaprobación. De aquellas nos sentimos satisfechos; de éstas tarde o temprano nos arrepentimos. La Ética no se limita a enseñar que las acciones voluntarias pertenecen al reino de lo moral. Su misión es orientarnos para que sepamos ordenar nuestras acciones voluntarias de modo que sean moralmente buenas. La Ética debe reflexionar, por tanto, acerca de la bondad y de la maldad específica de las acciones libres.

            Aristóteles inicia su Ética a Nicómaco poniendo de manifiesto que acción y bien son términos correlativos: “Toda arte y toda investigación, y del mismo modo toda acción y elección, parecen tender a algún bien; por esto se ha dicho con razón que el bien es aquello a que todas las cosas tienden[9]. No hay acción humana sin tendencia consciente hacia un bien, y sólo se puede hablar de bien en sentido práctico (que también recibe el nombre de fin) si se trata de un bien realizado o realizable a través de la acción. Nadie obra para hacer algo que bajo todo punto de vista es malo. Ningún hombre cuerdo actúa para hacerse miserable o desgraciado. Pero como a la vez es indudable que los hombres realizamos a veces acciones moralmente malas, que querríamos no haber hecho nunca, es más exacto decir que la acción humana mira siempre a un bien o a algo que nos parece un bien. Surge así  la distinción entre el bien verdadero y el bien aparente, entre lo que en verdad es un bien y lo que parece ser un bien sin serlo verdaderamente[10]. A la luz de esta distinción, de importancia capital, se podría decir que la misión de la Ética es ayudarnos a distinguir el bien verdadero del bien aparente, para que la voluntad pueda dirigirse al primero y evitar el segundo, que en realidad es un mal.[11]

            Al explicar de este modo la misión de la Ética, conviene precisar que hablamos del bien verdadero y del bien aparente refiriéndonos siempre a la voluntad o a obras humanas en cuanto movidas por la voluntad. Esta advertencia es necesaria para distinguir el bien y el mal del que se ocupa la Ética, que podemos llamar también virtud y vicio, de otras acepciones secundarias que el bien y el mal tienen en el lenguaje. Cuando nos quedamos admirados de la inteligencia con que se ha realizado un robo o un homicidio, hasta el punto de pensar que se trata de un crimen prácticamente “perfecto”, advertimos que en esa acción hay algo “bueno” y “admirable”, pero la bondad a la que nos referimos no es una cualidad positiva de la voluntad de los criminales, que es sin duda una voluntad moralmente mala, sino una cualidad positiva de su inteligencia, de su capacidad técnica, de su temperamento (sangre fría, decisión, etc.). Algo parecido sucede cuando hablamos de un buen temático o de un buen zapatero. No nos referimos a la bondad de su voluntad, sino al dominio de una ciencia en el primer caso, y al dominio de una técnica en el segundo. Al hablar de bien y mal con relación a las cualidades naturales de una persona (inteligencia, sangre fría, etc.) o a las cualidades técnicas de la acción humana, se alude a un bien o a un mal relativos; en ese contexto bueno y malo significan algo así como “bueno o malo bajo un determinado aspecto o en cierto sentido”: en virtud de sus cualidades intelectuales o técnicas alguien es “bueno” como ladrón (en el sentido experto, hábil), como matemático, como músico, como artesano, como militar, etc., pero no como persona. Por el contrario, el bien y el mal propios de la orientación de la voluntad, es decir, la virtud y el vicio, son el bien y el mal quelas acciones humanas poseen en cuanto humanas en cuanto tal, en su totalidad: hacen al hombre bueno o malo en sentido absoluto, sin restricciones. La injusticia o la hipocresía, por ejemplo, hacen malo al hombre en cuanto hombre, y no en cuanto matemático o en cuanto zapatero. Un hombre hipócrita o deshonesto puede ser, sin embargo, un estupendo matemático o saber fabricar óptimos zapatos.

            El bien del que se ocupa la Ética es bien integral de la persona considerada en su unidad y totalidad; con palabras de Spaemann, “el punto de vista moral” juzga la acción como buena o mala en orden a la vida como u todo; el “técnico”, teniendo presente la consecución de fines particulares, como pueden ser la comprensión de las matemáticas o la construcción de zapatos. Dentro de esta perspectiva del bien en sentido total y absoluto, la Ética nos ayuda a distinguir entre lo que en verdad es bueno y lo que sólo lo es aparentemente, entre la virtud y el vicio. ¿Cómo puede afrontar la Ética esta tarea?

            La perspectiva del bien total o absoluto se alcanza considerando que las acciones voluntarias no son hechos aislados, sino que están entrelazadas entre sí formando una conducta o, si se prefiere, una vida. Ese entrelazamiento se explica mediante la finalidad, a la que ya hemos aludido. Toda acción mira a un bien o a un fin, pero ese fin normalmente es querido no absolutamente por sí mismo, sino en orden a otro fin, y así sucesivamente hasta llegar a “un fin que sea deseado más que los otros y por sí mismo; sin este fin, el más propio y último de todos, no habría fuerza propulsora y tendríamos el absurdo de una aspiración sin objeto”.[12]

            Hay que prestar atención para no entender mal el razonamiento que estamos haciendo. No quiere decir que para saber si una acción es moralmente buena o mala haya que preguntarse si la vida de su autor es en conjunto buena o mala. El homicidio y el fraude son acciones moralmente malas independientemente de cualquier otra consideración. Lo que se quiere afirmar es que el bien real o aparente por que se realiza una acción singular no es querido absolutamente por sí mismo, sino en vista de otros fines y, definitiva, en vista de un fin último querido por sí mismo, con el cual esa acción es objetivamente solidaria, y que la acción, aquí y ahora, de la acción singular presupone la volición, aquí y ahora, de ese fin último. Pensemos, por ejemplo, en una persona que un día incumple sus obligaciones laborales porque no le apetece trabajar; al día siguiente abusa de la bebida porque tiene ganas de beber; el tercer día descuida sus obligaciones familiares porque está haciendo un trabajo que le gusta mucho y su mujer y sus hijos en ese momento representan para él una molestia. El fin último de esta persona no es el trabajar; ni la bebida; ni el trabajar mucho. Su fin último es el placer, y por ello hace en cada momento lo que le presenta como más placentero, que un día es no trabajar; otro, entregarse sin límites a un trabajo que le apasiona. Otros hombres buscan en cada situación lo que puede enriquecerles más, o darles más poder, o hacerles famosos, etc., y así el género de vida que han elegido para ellos (su fin último) es, respectivamente, la riqueza, el poder, la fama, etc. La voluntad de esas personas está orientada hacia esos bienes, y en vista de ellos ordenan en cada momento sus acciones libres

            Para poder ayudar a que las personas ordenen la propia conducta de modo moralmente bueno, la Ética plantea explícitamente un problema que con mucha frecuencia la gente resuelve de modo implícito y no suficientemente reflexivo. Una persona, por ejemplo, puede dedicar casi todas sus energías al trabajo, que ve como la actividad más importante, y por descuida su familia, su formación cultural y su salud. Puede suceder, y de hecho sucede, que sólo al cabo de muchos años advierte con claridad que el trabajo no le he dado lo que en él buscaba, y que ahora tiene que afrontar la soledad, una salud seriamente dañada y un profundo sentido de vacío y de frustración. Ya desde sus inicios en la Grecia clásica la Ética ha reflexionado sobre estas experiencias de satisfacción, y ha considerado que su principal misión consiste en evitar a los hombres estos fracasos globales o, diciéndolo positivamente, en orientar la libre determinación de los objetivos y prioridades a fin de proyectar y vivir una idea llena de valor de la que no haya que arrepentirse más tarde. Para ello la Ética trata de llevar al hombre hasta un nivel de reflexión que le permita elevarse por encima de las necesidades y circunstancias inmediatas, para indagar racionalmente acerca del bien de la vida humana en su conjunto. Se trata, por tanto, de afrontar explícitamente y de modo reflexivo lo que para los filósofos griegos era el problema del fin último, preguntándose: ¿qué es razonable desear como bien último querido por sí mismo, y en vista del cual ordenar todo lo demás?, ¿cuál es el verdadero bien de la vida humana considerada en su conjunto?, ¿qué es la felicidad?, ¿qué tipo de persona es justo ser y qué tipo de vida es justo vivir?. Una vez que se ha logrado distinguir entre lo que es el bien verdadero para la entera vida humana y lo que es sólo aparentemente, es posible saber lo que es preciso revisar o modificar para realizar día tras día una conducta buena.

Únicamente en el marco de una reflexión sobre la vida humana considerada como un todo se hace comprensible el concepto clásico de fin último, felicidad o bien perfecto del hombre. Estos términos designan simplemente el bien de la vida humana considerada en su totalidad. Desde esa perspectiva podemos corregir la noción preliminar de Ética propuesta al inicio de este capítulo, proponiendo otra más exacta: la Ética es el saber filosófico cuya misión es dirigir la conducta hacia el bien perfecto o fin último de la persona.[13] Esta nueva definición pone de manifiesto que el elemento nuclear de la regulación moral de la conducta consiste en la orientación de la voluntad libre hacia el verdadero bien perfecto del hombre, que desde el punto de vista normativo concreto se traduce en obrar según las virtudes. También permite entender con más rigor la distinción entre el bien y el mal del que se ocupa la Ética (las virtudes y los vicios), y las cualidades naturales, intelectuales y técnicas. Todas estas realizar el bien humano global como para lesionarlo o destruirlo. Una cosa es ser inteligente, o hábil y otra es ser bueno. Sólo la orientación de la voluntad libre hacia el bien humano es intrínsecamente buena en sentido moral, es decir, sólo ella es virtuosa.[14]

1.                 LA FUNDAMENTACIÓN ONTOLÓGICA DE LA LIBERTAD ÉTICA

La pregunta moral (...) no puede prescindir del problema de la libertad, es más, lo considera central, porque no existe moral sin libertad”.[15]

Como venimos diciendo la libertad es una de las características esenciales del ser humano, una libertad que da significado a la existencia humana (condición antropológica) y, a la vez, caracteriza el comportamiento humano como un obrar ético (estructura ética de lo humano). Es decir, en cuanto libre el ser humano es un sujeto ético; su obrar, por ser libre, se hace moral.

El concepto de libertad tiene dos niveles relacionados y complementarios:

a)                 La capacidad de asumir el rumbo de la propia vida, de auto- determinarse (la estructura de la persona humana)

b)                 La posibilidad real de poner en práctica esta capacidad, de realización efectiva (los condicionamientos bio- psíquicos y socio- culturales que influyen en la persona humana).

“La libertad moral se sitúa entre la afirmación abstracta de la libertad en sentido ontológico y la posibilidad concreta de exteriorizarla en las opciones diarias, vinculadas siempre necesariamente a situaciones particulares y contingentes que delimitan el campo de aquélla.”[16]

Por tanto, la libertad constituye el horizonte de posibilidad (en oposición a necesidad) que da significado a la existencia humana (un ser libre), y a la vez, dice relación a la posibilidad efectiva del ejercicio de la libertad del individuo real en las situaciones concretas (ejercer la libertad).

Ambos componentes de la libertad son esenciales para la moral en cuanto la fundamentan como instancia constitutiva del ser humano (la posibilidad de la auto- determinación introduce lo ético como parte esencial del discurso sobre lo humano) y la configuran como una realidad humana (una libertad que busca expresarse en medio de las limitaciones del propio sujeto y las condiciones reales de la situación concreta).

A.     DETERMINISMOS Y MITIFICACIONES DE LA LIBERTAD:

Sin embargo, también advierte contra dos posturas extremas: su negación y su mitificación.[17]

@ La mitificación de la libertad: cuando llega el extremo de considerarla como un absoluto y, entonces, como la fuente de los valores. Es decir, se le atribuye al ser humano el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal. Esta visión:
a)                 Niega la realidad teológica de la persona humana como criatura,
b)                 Conduce a una ética individualista en el momento que cada cual crea su propia verdad en la ausencia de una verdad común a todos.

@ La negación de la libertad: al entender los condicionamientos de orden psicológico y social que pesan sobre la libertad humana como una negación de ella. Además, se llega a definir a la persona humana como simple y exclusivamente un reflejo de las costumbres y hábitos culturales.  La adquisición moderna a favor de la libertad no ha escapado de una situación que se presenta a la vez como ambivalente y contradictoria.

@ Por una parte, asistimos a procesos sociales que abren nuevas posibilidades de expresión de la libertad (mayores cuotas de participación en lo social, el predominio del sistema democrático en lo político, y la creciente autogestión mediante la pequeña empresa en  lo económico); pero, por otra parte, existen signos de limitación de la libertad en los fenómenos de la masificación social y homologación cultural que tienden a ahogar el espíritu crítico y la capacidad creativa del ser humano.

@ En la cultura moderna la búsqueda de la propia identidad (a nivel personal, social, étnico, etc.) está acompañada por una mayor conciencia de los condicionamientos de índole biológica, psicológica, social, política, económica y cultural del sujeto.

@ El concepto mismo de libertad se encuentra fuertemente distorsionado por la presencia de algunas ideologías. Así, por ejemplo:

a)                 Un concepto utópico que identifica la libertad con la mera proclamación abstracta y formal de los derechos individuales sin la mediación e implementación de las condiciones sociales necesarias para hacer posible el ejercicio efectivo de estos derechos;

b)                 Un concepto liberal- capitalista que reduce la comprensión de la libertad humana a la libre iniciativa del individuo en la sociedad sin prestar atención a las exigencias objetivas de la justicia[18] que sitúa el bien individual dentro del marco del bien común;

c)                  Un concepto privado de la libertad que le otorga un poder limitado en algunos temas que se consideran de exclusiva responsabilidad de los individuos sin referencia a la sociedad, y aceptando restricciones de lo que se estima como esfera pública, sin relacionar adecuadamente lo privado con lo público y la interdependencia entre ambas esferas.[19]

Una comprensión correcta de la libertad humana, evitando los extremos de negación y mitificación, implica la necesidad de afirmar “por un lado, el fundamento y la posibilidad de ejercicio de la misma y haga suyo, por otro, el límite vinculado a la precariedad de la condición humana, a su estar situada en el espacio y en el tiempo y, consiguientemente, a la presión inevitable de los condicionamientos que sobre ella se ejercen. Se trata, en definitiva, de hacer sitio a una visión de libertad que, sin negar su consistencia, no encubra su densidad real y, consiguientemente, los inevitables aspectos de limitación que la connotan y la circunscriben.[20]

La posibilidad de ejercicio no niega- ni es negado- el límite; a la vez que una limitación no puede entenderse como negación sino como un situar en la realidad una posibilidad para hacerla efectiva.

La libertad humana es una realidad compleja y es preciso comprenderla dentro de algunas distinciones:

p;  La libertad humana no es absoluta, sino que está condicionada. Sin embargo, esto significa que el ser humano carece de libertad por estar totalmente determinado por factores biopsicológicos y socioculturales. Una libertad condicionada pero no determinada (ya que en este caso se negaría la misma libertad) denota una libertad humana.

p;  La libertad es un medio y no un fin, porque dice relación a un objetivo o una meta. La capacidad de elección frente a distintas alternativas establece a la libertad como un medio en función de una meta. Por tanto, el ser libre de y el ser libre para constituyen dos momentos dialécticos de una misma realidad ya que el ejercicio de la libertad implica el ser libre de... para poder auto- determinarse frente a las alternativas.

p;  Sólo en la capacidad de renuncia y la madurez de la auto- disciplina en función de un valor superior se descubre el significado de la libertad y su ejercicio. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”. La libertad madura significa el ser libre frente a la propia libertad para poder justamente ejercerla libremente. Así, es preciso no confundir una manera de ejercer la libertad (mediante una renuncia consciente, libre y por un valor superior) con un límite impositivo y coercitivo a la libertad.

p;  Lo principal es ser libre ya que la libertad es ante todo un modo de ser, un estilo de vida, una actitud frente a la misma vida. Sin embargo, el hecho de ser libre implica el tener libertades (religiosas, económicas, políticas, etc.), ya que de otro modo el ser libre sería una vaciedad. Estas libertades no son concesiones (desde afuera) sino exigencias (desde dentro del ser libre); lo cual implica que sean ilimitadas ya que tienen que entrar en el universo de otras libertades para construir juntos una convivencia respetuosa de la dignidad de cada cual.

p;  El ejercicio de la libertad constituye un proceso, porque la libertad es un don y una tarea, un elemento constitutivo de lo humano y un quehacer. Uno se hace libre liberándose. Las malas elecciones en el ejercicio de la liberad restringen, mientras las buenas la desarrollan y las hacen crecer.

B.                  LA RELACIÓN ENTRE LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

Libertad humana significa responsabilidad del sujeto. La presencia de la libertad en la persona implica la responsabilidad, que- su vez- supone la libertad. Es decir, existe una relación directa entre libertad y responsabilidad: a mayor libertad corresponde una mayor responsabilidad, mientras que a menor libertad cabe menor responsabilidad.

Podemos definir la responsabilidad como: la capacidad de las personas para responder de sus actos. Esta capacidad exige la obligación de reparar los daños ocasionados y de soportar el castigo previsto para la infracción cometida.

Sin desconocer la importancia decisiva de la responsabilidad personal, ya que este desconocimiento equivaldría a la negación de la individualidad de la persona, también es preciso tomar en cuenta la responsabilidad colectiva.

“En una sociedad compleja y con elevados niveles de estructuración institucional las decisiones humanas no tienen nunca un carácter puramente individual; son, más bien y de manera cada vez más fuerte, fruto del peso decisivo de factores sociales y culturales que influyen en el sujeto y que, a su vez, producen resultados que van más allá del sujeto y llegan a adquirir categorías de valores sociales y culturales. Responsabilidad personal y responsabilidad colectiva terminan, pues, por estructurarse e interactuar de forma cada vez más articulada y compleja”.[21]

RESUMIENDO PODEMOS DECIR QUE:

p;  La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así  mismo acciones deliberadas.

p;  Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en la persona una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad; y alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios.[22]

p;  La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. La libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y, por tanto, de crecer o de debilitarse. En la medida en que la persona hace más el bien, se va haciendo también más libre.

p;  No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a “la esclavitud del pecado”.

p;  La libertad hace a la persona responsable de sus actos en la medida en que éstos son voluntarios.

p;  La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, las afecciones desordenadas y otros factores psíquicos o sociales.

p;  Todo acto directamente querido es imputable a su autor. Una acción puede ser indirectamente voluntaria: cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer (como, por ejemplo, en el caso de un accidente provocado debido a la ignorancia del código de tránsito).

p;  Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que actúa (como, por ejemplo, en el caso del agotamiento de una madre debido al cuidado de su hijo enfermo). El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como medio de la acción (como, por ejemplo, en el caso de una muerte acontecida al ayudar a otra persona en peligro).

p;  Un efecto malo es imputable cuando es previsible y cuando el que actúa tiene la posibilidad de evitarlo (como, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez).

p;  La libertad se ejercita en las relaciones interhumanas. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana.

p;  Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien común y del orden público.




[1] Es lo que Aranguren denomina Moral como Estructura. Todos los hombres poseemos un anclaje que posibilita la realidad moral. Esta estructura moral del hombre está dada por el hecho de que el hombre tiene que habérselas consigo mismo, conducirse en su vida, y la moral será la manera en la que el hombre se conduzca en la vida.”No sólo la actualidad de esa conducción sino, en las posibilidades de sí mismo que haya preferido”. ARANGUREN; Ética,  pág. 69.
[2] Desde esta perspectiva nuestro curso dará el salto de la ética normativa (en la que importan las normas por sobre todo) a la ética de los valores, en la que se establece la realidad antropológica de la existencia humana como fundamento de la realidad moral.
[3] Ya los existencialistas nos hacían notar esta realidad cuando afirmaban que el existir humano estaba condicionado por una característica fundamental; el habérnoslo con nuestra libertad. J.P. Sartre en “El existencialismo es un humanismo” llega a afirmar que estamos arrojados a la existencia y condenados a ser libres.
[4] A diferencia de los demás animales el Hombre no viene con una estructura específica que le otorga su especie. Su capacidad instintiva y de sobrevivencia es menor que la del resto de las especies. El hombre debe adecuarse a la realidad para sobrevivir; una adecuación que, en contra del resto de los seres vivos, exige un mayor sacrificio y apropiación.
[5] CAMACHO; Ildefonso; Doble Dimensión de la Ética; UCA, 1997.
[6] RODRÍGUEZ; Angel; Ética General, Eunsa, España, pág. 20.
[7] Establezcamos que las acciones libres son aquellas que tienen una finalidad, es decir, con ellas pretendemos alcanzar ciertos objetivos  o fines (en el caso de un profesional que ejerce la ingeniería será la de entregar un bien a la sociedad),  tienen un carácter  intencional, es decir, las acciones humanas libres son aquellas que están motivadas o a las cuales les otorgamos ciertas razones para realizarlas, (las hacemos por el bien de algo o de alguien), son proyectadas, es decir, se enmarcan dentro de un plan, un proyecto personal o social, en el que realizarlas se adecúa a las finalidades anteriormente establecidas. Y por último, las acciones libres se atribuyen a un autor.
[8] Como veremos más adelante la Libertad responde a la estructura antropológica del Ser Humano.
[9] ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, Capítulo I, Libro I.
[10] RODRIGUEZ, Op. Cit. Pág. 23.
[11] Ibid.
[12] BRONTANO, f; El Origen del Conocimiento, Real Sociedad Económica Matritense de Amigos de París, Madrid, 1990, Pág. 25.
[13] AQUINO, Sto Tomás; Comentario a la ética a Nicómaco, Ciafic, B. Aires, 1983.
[14] RODRÍGUEZ, Op. Cit. Pág. 30.
[15] VIDAL, Marciano; Ética Personal, Ediciones San Pablo, España, 1993.
[16] Ibid. Pág. 55.
[17] En la carta encíclica sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia, Veritatis Splendor (1993), Juan Pablo II destaca la particular sensibilidad contemporánea con respecto a la libertad como fundamento de los derechos humanos y expresión de la dignidad de toda persona humana.
[18] Resalta, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas en 1948, que se expongan de manera detallada las libertades individuales y colectivas y no se haga hincapié en los deberes de las personas para con el uso de esas libertades.
[19] Es el caso de los derechos reproductivos en el que se afirma la absoluta autonomía de las mujeres en el uso de su cuerpo que puede llevar a la aplicación de abortos, cuando se piense que el embarazo  no concuerda con el proyecto vital de determinadas mujeres, dejando de lado el derecho inviolable a la vida de los seres humanos en gestación.
[20] “Por tanto, la libertad de elección no lo es todo ya que más importante aun es elegir bien. “La auténtica libertad humana no consiste tanto en la posibilidad de elegir cuanto en elegir lo que corresponda a un crecimiento verdadero de la persona, de acuerdo con sus potencialidades y su irrepetible vocación”. VIDAL, M; Op. Cit.
[21] Ibid.
[22] Desde una perspectiva ética, la persona humana se comprende básicamente como un ser para el encuentro, ya que es en el encuentro consigo mismo, con lo trascendente, con los demás y con el mundo (estructuras, instituciones, naturaleza) que la persona se va descubriendo frente a sí misma y frente a los otros. Idea en la que nos detendremos más adelante.